lunes, 30 de abril de 2012

sábado 24 de marzo de 2012

En París la muerte huele distinto y pierde todo su sentido. Esas tumbas pomposas, llenas de musgo, a veces abiertas, no imprimen en nosotros el horror que produce, por ejemplo, el Cementerio General del Sur bajo la sequía que nos persigue: tumbas llenas de tierra y cadáveres de flores, sin letras, sin fechas; nichos donde los muertos se prostituyen y se acuestan unos con otros sin preguntarse el nombre. Más arriba, tumbas con cruces de hierro colado o madera pintada de blanco, que con el tiempo se van pudriendo como los muertos allá abajo. Tal vez, después de todo, tuve la suerte de visitar París en invierno, cuando todo estaba frío y gris, en sintonía con el silencio, con el reposo, y no en verano, cosa más dispar, porque nadie espera la muerte en un día soleado.

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