sábado, 30 de junio de 2012

Soñé con perlas negras


Soñé con perlas negras desperdigadas en la capota de un carro blanco. Soñé llorar por hijos que no eran míos pero estaban en mis brazos con la boca muy abierta, como pájaros que tienen hambre y esperan. Soñé con algo de reproche que se desvanecía, como siempre debe ocurrir con esta clase de cosas.

Esta mañana me he decidido a descolgar el vestido rojo de esa pared frente a mi cama. Anoche, creo, la oscuridad me hizo un poco más cobarde de lo que soy con cara al sol, y elegí el insomnio a medias, el infierno onírico de mi cansancio. ¿Cómo, de noche, iba a enfrentar semejante trabajo?

Desnuda, tibia, me levanté a tientas de la cama, una con el vago amanecer afuera. Eso fue hoy. Y descolgué el vestido. El alba ha sido más o menos lo mismo después de aquella noche, y el cuarto ha sido el mismo, y yo he sido la misma, también más o menos… ¿por qué el cambio severo justamente anoche? No había llluvia ni luna llena ni perros ladrando a las sombras para avisar lo que se me venía encima….

Ahora no sé si hice bien. Todavía quedan unas grietas mínimas en la pared, en el mismo lugar, muy frescas para preocuparme por más perlas o más niños o más reproches a futuro. Lo digo como quien dice que el futuro no está en esta misma noche y por ahora no necesito resolver el asunto. La cuestión es lo de esta mañana, el gesto simple de haber descolgado el vestido: en verdad tengo la certeza de que es el reclamo de su seda lo que me perturba.

lunes, 25 de junio de 2012

A Imagen y Semejanza

—¿Dios...?

Hoy Dios era un ladrón joven que se alejaba despavorido ante el cuerpo caído de Norberto. Corría a toda velocidad,  envuelto en el silencio de sus zapatos deportivos blancos, la chaqueta de imitación de cuero y el arma de fuego tibia, las manos nerviosas sin botín, los oídos cada vez menos aturdidos por la alarma.

—¿Pastor…?

En los casi cuatro años que Norberto llevaba de vigilante con él, nunca había escuchado en Pastor el aullido sobrenatural de esa noche. El sonido le timbró los oídos, el corazón, el alma.  El perro tendría que haberle ladrado al ratero; en cambio aullaba desesperado.

—Los perros ven espantos... dicen...

Por puro instinto, más un por si acaso que un aquí voy, posó la mano en la cacha de la pistola, los dedos en el gatillo. El contacto con el arma y el miedo a lo desconocido le hicieron dudar: no sabía si estaba todavía en el reino de los vivos o se había ido más allá.

—¿Cómo se supone que muere un fantasma?

El disparo le había llegado por la espalda, el golpe de la caída por la frente. Hasta entonces su oficio en el pequeño centro comercial de la esquina había consistido en hacer respetuosa amistad con los dueños de tiendas, formar parte del paisaje tranquilo en los suburbios, sacar a un par de desconocidos del estacionamiento sin mayor intercambio, advertir a las niñas sobre el peligro de cruzar la calle, encomendarse a Dios siempre.

—¿Qué ocurre en un mundo donde Dios huye de noche...?

Arriba estaba el cielo claro de la medialuna, creciente, menguante, cómo iba él a saberlo. Abajo, se quedaba su soledad desnuda bajo el débil neón de algunas tiendas. Pensó, claro, en Emma, los niños, la sangre, la intensa quemadura, el teléfono de emergencias, la ausencia de peatones y vehículos. El perro se escuchaba ahora a lo lejos.

El primer oficial llegó a la escena en moto. Se apuró hacia Norberto con el casco en la mano y la otra en la pistola del cinturón.

—El jinete viene por mí, el jinete... ¡con la cabeza en la mano…! ¿El Apocalipsis...?

El delirio de los que abandonan la vida implica fríos y escalofríos que Norberto no quería sentir ahora. Había cerrado los ojos al oficial con el casco y ahora todo era sonido: las voces lejanas de los paramédicos y policías recién llegados, los vecinos despiertos por las sirenas y las luces. Alguien había apagado la alarma. 

Los aullidos se habían desvanecido casi hasta hacerse inaudibles, pero allí estaban y venían del otro mundo, estaban aquí, salían de la garganta de Pastor.

—El pe... El pe...

El jinete sin cabeza, el ángel negro, heraldo de la muerte, no escuchaba. Pero usaba una voz amable.

(Este fue mi proyecto de junio para Adictos a la Escritura: el ejercicio consistía en hacer una historia con dos personajes asignados por sorteo; los míos fueron el vigilante de seguridad y el jinete sin cabeza... los relatos no se me dan muy fácil, pero me entretiene el reto...)

domingo, 24 de junio de 2012

Cartas Por El Mundo


Gracias a Chica Paraíso por organizar el intercambio de Cartas Por El Mundo.

El viernes recibí la carta de Fanny, en un sobre de puntitos amarillos de lo más lindo (me parece que uno de los placeres perdidos en esta era cibernética es el uso de papel y tinta elegidos sólo por su apariencia, más allá del valor utilitario...)

En fin.

La carta está lindísima, tenemos más de un punto en común y yo estoy emocionada con este intercambio :) El viernes estaba pasando por un día de trabajo más bien terrible, así que el sobre me llegó en el mejor momento.

¿Será que hacemos otro intercambio? ¡Yo estaría encantada! 

Gracias Fanny.

jueves, 21 de junio de 2012

solsticio

la noche eterna
gatos
sombras
alcantarillas
los grifos abiertos a gritos
lo leí en alguna parte

la luna o no
el silencio o no
grillos
fantasmas
otros bichos

el vientre
y las semillas que
danzan de memoria

insomnios
vigilia
llanto callado
sueños
fiestas atropelladas
sirenas y luces

el mendigo
la niña en su cuarto
miles de ventanas
esquinas peligrosas
amantes

la noche eterna
la mentira

martes, 19 de junio de 2012

lunes, 18 de junio de 2012

Little birdie



yo con ganas de irme al muelle también, no importa que esté gris, que sea un río sin delfines y haga un poco de frío. yo con ganas de infancia y olvido. yo con ganas de pequeñas alas negras.

domingo, 17 de junio de 2012

Sólo Rosas


El ramo había costado ciento veinte dólares; tanto alboroto por unas simples rosas. Amanda estaba sentada a la mesa del café, cappuccino y cigarrillo en mano, ignorando las miradas ajenas de molestia. En la costa fumar era cosa de veto; toda ella era cosa de veto: qué diablos hacía esta forastera pulida aquí, era obvia su intención de abandonar la miseria de su vida en la ciudad en un pueblo de playa como tantos otros de paso. Sonó el teléfono.

–Sí, soy yo.

El murmullo en el teléfono le comunicó el problema. Procuró sonar indiferente en su respuesta.

–Ah, qué pena, justo estoy en un café no tan cerca de casa, me tomará unos quince minutos llegar… ¿Será que las puede dejar en casa de mi vecina del apartamento 1B? –y con las gracias dio el problema por terminado.

No, no realmente.

Todavía quedaba por resolver el asunto de Lucas y sus flores de la disculpa. Hoy. La chupada al cigarrillo sirvió de suspiro contenido. Amanda estaba convencida de su odio por los sentimentalismos. Alargando la caminata lo más que pudo, llegó a su nueva residencia. Antes de tocar el timbre de la vecina le extrañó ver por la ventana el jarrón antiguo ya arreglado con las rosas; el conjunto era disonante. La señora Leticia abrió la puerta de golpe y le dio un abrazo apretadísimo, con su olor a especias, cabellos húmedo y algún perfume floral.

–¡Gracias, Amanda, qué gesto más lindo! ¡Desde que Joaquín murió, Dios lo tenga en su gloria, ya no recibo más flores, mucho menos rosas! ­

El deleite de doña Leticia era casi un paroxismo; tanto alboroto por unas simples rosas. Un rosario de palabras de amistad se iba rezando a una velocidad tal que conseguía confundir a Amanda. Normalmente resuelta, hoy calló. “Pobre vieja, será demente. Y miope. Y sorda. ¿Qué le entendería al chico? ¿No leería la tarjeta? ¿Cómo pude creer que le doy flores? Llevo aquí menos de dos meses. ¿Y rosas rojas? ¡A estas alturas de su vida aún con fiebre de San Valentín! Bien, lo que la haga feliz; a mí no podrían importarme menos las flores.”

Hubo café hecho en casa, ríos de fotos y agradecimientos efusivos, pero la mente de Amanda estaba fija en Lucas. Él, y su cuerpo deliciosamente desnudo. Él y su mujer, tal vez haciendo el amor en este mismo instante, mientras ella saboreaba galletas blandas. No, había que acabar con el asunto de una vez. Amanda se puso en pie y le dio a doña Leticia un abrazo fingido, dejando atrás las flores, las espinas.

Una vez en su balcón, colocó el teléfono en la mesita, encendió otro cigarrillo y esperó la llamada. Se estaba haciendo ya de noche. En el cuarto, extendió sobre la cama todas las chucherías que pudo recordar, obsequios de Lucas: ropa, joyas, cofres, objetos inútiles, souvenirs del viaje a Frankfurt y Amsterdam. Sin fotos. Volvió al balcón.

Sus uñas lindas y su humo desagradable no hacían mella en nadie en aquel momento ni para bien ni para mal; Amanda y su belleza se habían quedado solas, sin miradas ni palabras. “Que se pudra Lucas” pensó, y puso el teléfono con la pantalla contra la mesa, en un obligado gesto de renuncia. La colilla del cigarrillo cruelmente estrujada contra el metal pulido del cenicero marcó el fin de la espera.

Ah, qué manera de hacer el amor tenía el bastardo.

Bien, al diablo todo.

Amanda se fue directo al bote de basura con su pequeña carga de regalos y recuerdos, excepto que en el pasillo hubo un cambio de plan a último minuto.

Sonó el tiembre.

–Señora Leticia, usted me disculpa, pero esas flores no eran de mí para usted; eran de hecho para mí –aquí tartamudeó–, de mi novio. Necesito llevármelas por favor. 

El discurso de Amanda fue rápido y seco, sin preámbulos, sin derecho a replicas: una bofetada. La anciana y su confusión caminaron lentamente por el pasillo en un extraño silencio. No tardó mucho en regresar con las flores envueltas en periódico, aún goteando. Hubo tristeza y vergüenza efusiva, sin refrigerios.

Al cerrarse la puerta de doña Leticia, se quedó Amanda sola en la encrucijada del pasillo. En una mano los recuerdos y la renuncia. En la otra el presente, la espera. Con qué fuerza decidir, cuando en realidad sólo quería sólo derrumbarse en el suelo a llorar. Tanto alboroto por unas simples rosas.

***

Este fue el texto que envié al Primer Concurso de Relatos Musas de la Noche (no resultó ganador, pero disfruté escribiéndolo). El malentendido le pasó de verdad a mi suegra con un ramo que le mandamos el día de las madres y que terminó en casa de una vecina... el asunto fue un poco incómodo entre ellas dos y me inspiró a escribir esto :D

Pueden leer los cuentos ganadores en el enlace: Escribiendo la Noche.

sábado, 16 de junio de 2012

Premio Blog Original

China Martino me ha dejado una grata sorpresa durante el tiempo que estuve ausente, y me ha nominado con:



Las reglas si te dan este premio son:

1. Colocar una frase que te represente

2. Elegir 10 blogs para premiar su originalidad

3. Cada uno de estos blogs debe repetir esta acción (asi se va armando la cadena)  

4. Avisarles dejando un comentario en su blog


Mi frase es:
"La vida no se trata de encontrarse a uno mismo; la vida se trata de crearse a uno mismo." -Anónimo.


Mi blog es muy jovencito y las personas que me han visitado ya se han sumado a esta cadena en un momento u otro, así que no puedo pasarles la cadena otra vez...


Pero gracias China linda por el premio.

Gracias a todos por sus visitas y comentarios. 

Feliz fin de semana :)

martes, 12 de junio de 2012

Después del Banquete, Yukio Mishima


Imagen tomada de Google Images


La primera vez que leí a Mishima fue por mi amiga Annabel, quien me prestó su edición de los setenta de La Perla y Otros Cuentos. El libro dejó una impresión profunda en mí; particularmente tres piezas. Muerte en el Estío es una bella pintura japonesa –hecha con palabras­– sobre la desolación humana y la continuación inexorable de la naturaleza. Patriotismo, a pesar (o debido) a su cruda temática cruda me dejó  preguntándome como puede hacerse poesía al respecto. En La Perla, a través de un suceso trivial, Mishima es capaz de resumir en pocas pinceladas una antesala a la complicada psicología femenina.

He aquí el logro de After The Banquet. Me maravilla que un hombre escritor pueda penetrar e ilustrar el mundo interno de esta mujer, haciéndola un personaje completamente creíble, del que uno de alguna manera se enamora. Kazu es, creo, una de mis heroínas literarias favoritas, que sin saber lo que quiere, logra a través de su intuición, su ingenio y su fuerza de carácter permanecer fiel a sí misma. Kazu no es lo que dice o lo que hace: es lo que no sabe sobre su ser interno.

A lo largo del libro Mishima consigue mantener el interés del lector en un lento crescendo que tiene su desenlace en el penúltimo capítulo. Todos los sucesos descritos, los paisajes, los momentos, están diseñados para comprender en toda su fuerza el largo silencio de Kazu tras sus ojos cerrados. Ese y no otro, es el momento clave de la historia. Creo que fue realmente allí, luego de unas doscientas páginas de lectura, que la complejidad de Kazu tomó forma y se hizo cautivante. Encuentro en Kazu una especie de Madame Bovary de la edad moderna, con sus propios motivos y su propia resolución. 

Otro ejemplo de la habilidad de Mishima para lo ilustrar lo “no dicho” es que en ningún momento se me ocurrió pensar en la entrada del Setsugoan, o como se vería desde afuera: El Setsugoan, a pesar de su carácter eminentemente público, es para mí el jardín, la vaga evocación de la habitación de Kazu, la luz de la tarde.  

Encuentro en Mishima un minimalista contundente y estaré comprando la tetralogía de El Mar de la Fertilidad –el día que Mishima terminó el último libro, cometió seppuku (suicidio ritual) a la edad de 45 años. * * * *

lunes, 11 de junio de 2012

Frontera


Ella fuma una vez a la semana, frente a una mesa redonda (sólo si no está lloviendo).

El desayuna siempre después de las diez de la mañana, a veces recordando la noche anterior. Tiene los pies blancos y pulidos.

Un perezoso trecho de tierra se acuesta entre ellos. Anciano, inamovible: cercado por cinco fronteras, salpicado por volcanes que sangran cada cierto tiempo, acompasados como un ciclo lunar o una sonata.

Ninguno de los dos piensa al respecto.

Ella escucha en la quietud; ocasionalmente un tercero les hace compañía. Afuera vive una ciudad ordinaria: gente presuntuosa estudiando mitología, viejos que caminan con los pies hinchados y escupen en el piso, palomas que mueren en silencio.

El besa labios de soledades redentoras. Luego sonríe un poco. Se cansa del café negro. Las madrugadas frías, ciertos recuerdos que lleva escritos en la garganta, en la punta de los dedos. Algunos a lo largo del pecho. En su ciudad mujeres harapientas mastican el pan lentamente mientras cruzan la calle y se pierden en la próxima esquina sin que nadie les escuche la voz.

Dos mares, al este y oeste, nadan hacia la orilla sin tocarse jamás, en un coqueteo incesante que no se consuma desde el inicio del tiempo, cuando aquella tierra de volcanes aún no tenía edad. En sus aguas anclan algunos barcos, anidan algunas gaviotas.

Ella y él miran cientos de ojos negros al día, miles. No los han contado. En ambos la sangre sisea a ritmo de hambre insatisfecha. Con suerte logran intuirla.

A lo largo de cinco fronteras bulle un crucigrama de trenes que nunca se encuentran para formar la palabra buscada. Las noches transitan a sus anchas metiendo los dedos en los últimos rincones: goteras del tejado, hojas de siempreverde, llagas que no curan. Los días humillan la esperanza, coquetean con ella, la azuzan, la llenan de flores dependiendo de la ocasión.

Ella y él a veces piensan en lo mismo: acercamientos equívocos, altares que pierden todo sentido, minutos de más o de menos que le sacan la cuenta a sus vidas. Manantiales que fluyen en una espesura que desconocen.

Publicado en el primer número de Palabras Revista Literaria

jueves, 7 de junio de 2012

La Isla (Instagram)














a pesar del fuego y sus cenizas, en esta isla nada mengua.

y regreso.

(todas las fotos por taty)