jueves, 1 de noviembre de 2012

Alicia se levantó

Alicia se levantó, una con el alba. Con la ligereza de una madre cansada se preparó un café furtivo, sin ruido de cafetera, tazas o cucharitas: hubiera podido ser la esposa perfecta para Oliverio,  con la manera que tenía de volar por las mañanas entre la cocina, la ducha, el ropero y la sala, sin perturbar el sueño de la pequeña Lola desparramada en la cama. Alicia se maquillaba con excesivo cuidado, tratando de distraer la mente del evento que la esperaba hoy. Casi pegada al espejo miraba, al delinearlo, los detalles de su ojo derecho, la pupila azul, las salpicaduras coloreadas del iris (bien podría haberse tratado de una galaxia en miniatura, pensó). Terminada la línea negra y las cavilaciones siderales, se incorporó a contemplar el resultado –y el resultado fue el codo a la taza, el estruendo de la taza al piso, el piso sucio de café y porcelana rota y el llanto de Lola. Bravo, Alicia, bravo, pensó, debatiendo se entre el desastre del piso y el desastre de la niña despierta antes de su hora.

Eventualmente se decidió por Lola y su avena en la sillita alta, Lola y sus canturreos de pajarito sin lenguaje. Luego se apuró a limpiar el piso; estos minutos no estaban incluidos en la rutina diaria y hoy, precisamente hoy, necesitaba llegar a tiempo.

Mientras repetían sus gestos, del otro lado del reflejo,  las ideas, los sueños, la intuición, los deja vu, los fantasmas de Alicia contemplaban a Alicia, su preocupación por parecer descansada cuando en realidad estaba exhausta de los años de hacer maromas entre trabajo, universidad, marido –cuando lo tenía– y ahora la pequeña Lola. Alicia encendió el cigarrillo con el fervor de una oración, como si con el humo se desvanecerían unos cuantos problemas de mas. Todavía le tocaba llevar a Lola a la guardería, evadir el tráfico (ya era tarde), hacer su presentación y, de salir viva, hacer las compras de la semana. En su gesto de fumar había culpa, ¿Por que siempre tan culpable, Alicia? –preguntaba el reflejo sin voz. De algo habrá que morirse, pensaba Alicia cada vez, ya sé, fumar no es bueno, la salud y bla bla bla, pero al diablo –se decía poniendo el cigarrillo en el cenicero, dando ahora los últimos toques al cabello.

Lolita gruñó un poco en su sillita (era su manera infantil e irresistible de avisarle a mamá que hacía falta a su lado) y Alicia se dio un último vistazo antes de atender al llamado, tropezando con su mano el cigarrillo que al caer en el vestido de poliéster causó un incendio alrededor de su cuerpo. A pesar del inminente pánico, el reflejo devolvía una imagen serena. No tomará mucho tiempo Alicia, antes de que cruces el espejo.