jueves, 27 de febrero de 2014

El beso de Julia

¡Por fin te escribo, Cristina! No sabes el caos que me he encontrado. Mira, para empezar, he tenido que venir al hotel porque apenas murió mamá, Genaro cortó el servicio de internet, ¿y con qué objeto, me pregunto yo? ¿sólo para hacerme las cosas más difíciles? Ya verás tú misma cuando llegues, si es que finalmente cesa la nevada y puedes volar. ¿Estarás todavía en el aeropuerto? No puedo creer que viniendo de más lejos haya llegado aquí primero que tú, ¡y la falta moral que me haces, hermanita! Genaro verdaderamente me odia; ni por respeto a mamá se lo guarda o lo disimula cuando ha llegado la visita con sus flores y sus pésames. Está cuidando la casa como si fuera un perro bravo, me sigue por los rincones como si yo no tuviera el mismo derecho que él, como si yo fuera una ladrona, ¡qué sé yo lo que le pasa por la cabeza! En parte también por eso me he venido al hotel y te he hecho una reservación; no creo que quieras quedarte en la casa tampoco.

¡Y si vieras el estado en que está! Se me olvida que el trópico es tan prodigioso y exhuberante con sus cayenas, helechos y damas de noche, pero esa abuandancia está muy mal puertas adentro: hay telarañas, avisperos y los jejenes han destruído el juego de sala y el comedor colonial, ¡eso valía una fortuna! Y ahí está, perdido a cuenta de los bichos. Claro que a Genaro no se le puede decir nada de eso; se agarra de la excusa de la enfermedad de mamá y todo se lo toma a crítica personal. Imagínate tú, que apenas recién llegada me echó en cara un montón de cosas, que yo siempre fui mimada, que soy una mala hija y una ingrata -todo eso en frente de mi madrina Chela que vino a traer una sopa- y mira, perdí los estribos y le di una bofetada, así, frente a la visita también. Esa es realmente la razón por la que me vine al hotel: no nos hablamos.

Sé que me condenarás, Cristina, lo haces desde ya mientras lees. Llegarás linda, graciosa y precisa hasta en tu duelo; serás tan hermana mayor y correcta como siempre. Por respeto a la memoria de mamá no me lo vas a reprochar, porque eres intachable, pero habrá miradas y gestos y Genaro, que te conoce lo mismo que yo, los verá también y tu reprobación será su alegría. ¿Por qué él te quiere tanto, si tú también te fuiste y lo dejaste solo cargando con mamá y en eso, si al caso vamos, eres ingrata igual que yo?

En una cosa sí tiene razón: siempre fui mimada, pero sólo por papá, que fue el único que siempre, siempre me quiso y en paz descanse, el pobre viejo. Sabes, Cristina, que Genaro anda por la casa, fanfarroneando sobre el cofre de plata de mamá? Está haciéndome creer que te espera para abrirlo, pero en realidad está haciendo tiempo para buscar. El pobre ni siquiera sabe que soy yo quien tiene la llave. Y lo que tampoco sabe es que el título de la casa no está dentro del cofre. Para que lo sepas tú y no pierdan el tiempo buscando llaves y papeles perdidos, el título todavía está con el abogado de papá. Está a mi nombre.

No me lo reproches, Cristina, no ha sido mi decisión y papá habrá tenido sus razones, tal vez protegerme de mi propio hermano. He debido decírselo hoy mismo y quitarle los aires de señor de la casa, pero después de la escena de esta mañana, ¡tú me dirás! No me atrevo a regresar hasta que tú llegues y puedas apaciguarlo: él a ti sí te escucha. Espero que a ti lo de la casa no te importará, ¿verdad?, bien casada como estás y todo, ¿eh? Bueno, que tengas buen viaje y, por favor, acepta quedarte en el hotel con tu hermana que te quiere.

Un beso,

Julia

*

Este ha sido mi cuento para el blog Adictos a la Escritura. El ejercicio de este mes era comenzar el cuento con la primera frase de una novela. "¡Por fin te escribo, Cristina!" abre el libro Ifigenia: Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba, de Teresa de la Parra, uno de mis favoritos.

...Y para los que querían leer la versión larga de La Tía Clarita el mes pasado, aquí se las dejo.

La tía Clarita (versión larga)
 
Se decía en la casa, a veces con tristeza, a veces con orgullo, que a Mamá Fina la democracia de este país le había costado tanto la alegría como la cordura. No hablaba exactamente desde el día del derrocamiento y el único momento en que parecía sonreirle la mirada era los sábados, cuando se ponía en el balcón a cambiarle las flores al cesto y a pulir la bicicleta que había sido de su hija, la tía Clarita.


domingo, 23 de febrero de 2014

Literatura a mi manera I: Infancia

La casa de mi abuela guardaba sus tesoros en el patio, con todos los mamones, mangos y guayabos para trepar y comer con la decena de primos; puertas adentro, de noche, se entraba en un reino desnudo de lujos y ruido. Conscientes de ello o no, todos hablábamos en susurros: fue así, en la quietud del campo, que mi papá me leyó Las Dos Chelitas (todavía uno de mis cuentos favoritos). No recuerdo si había otros cuentos en el libro, no recuerdo el libro: recuerdo estar paradita al lado de la mesa, atisbando en las ilustraciones rosadas que representaban a Gisela con sus tres vestidos, Coco y la campana de plata con la cinta azul (rosa).

Después de Las Dos Chelitas vino un libro de escuela llamado Lecturas, que hojeé muchas veces, mucho después de terminar el cuarto grado, hasta que un día quedó perdido y no lo han vuelto a editar, así que no tengo copias, sólo memorias. A veces le cuento a mi hija fragmentos de Serafina la piedra o La leyenda Warao del dueño del sol o La leyenda de Acoitrapa y Chuquillanto o María Moñitos, descalza y con sus trenzas perfumadas de mastranto. Así, improvisados y desestructurados desde mi recuerdo, parecen encantarle, y no deja de asombrarme el poder de la palabra a una edad tan tierna. Espero a que crezca más para leerle El perro nevado (sin que se ponga triste) o la Casa tomada (sin que se asuste). ¿Será cuestión de instinto, esto de la tradición oral, este deseo de pasar a la próxima generación no sólo lo aprendido, sino algo mucho más rico, lo atesorado?

sábado, 22 de febrero de 2014

Lo dijo Ovidio



"Más ligero que una pluma es el polvo; más que el polvo, el viento; más que el viento, la mujer; más que la mujer, nada."

(Encontré esta cita al leer Soy un gato, de Natsume Soseki)

martes, 18 de febrero de 2014

Inmigrante: asociación libre

Llueve, ha llovido todo el día, los días se hacen terriblemente más largos cuando llueve. Son apenas las cinco y me llega la fiebre de la cena: hay que hacer, no importa qué, siempre que se haga, y la percusión toma su ritmo algo triste, se diría un blues o un nocturno -qué importa si los separan los siglos-; el punto es que los gabinetes abren y cierran -éstos sí son la misma historia-: hay que componer algo, un guiso, un caldo, carne, verduras, una sopa baja de sal, en fin, nada complicado. Las niñas toman manjar blanco (me han dicho que tenían hambre) y yo igual no puedo pensar en nada: ni en esta casa ni en las otras, donde los días de lluvia mamá me hacía manjar blanco también y yo me tomaba todo el líquido -entonces me hacía feliz no saber nada, pero sólo ahora lo sé, cosa rara esta de siempre llegar tarde al entendimiento-; en fin, pobre mamá ahora, en casa, con los patios secos y mirando las caras secas, los ánimos secos de lo que ocurre en nuestros días, que suceden, sangran y se duermen y se mueren sangrando y no hay esperanza -pero eso hay que callarlo o se entra en la lista que es negra y cabe en el bolsillo de alguien que odia-. A mí me parece que tengo miedo y no oídos para un piano: llueve, estoy lejos y quiero más bien llorar un poco, llorar un río, uno bravo que se llevara casas, piedras, balcones y jardines (pero no gente, yo soy una buena cristiana y no quiero lastimar a nadie, pero me duelen las cosas y quiero llorar). No siento el pecho de mi madre, quiero llorar y el parloteo de las niñas con su manjar no cesa, me molesta, quiero estar a solas con mi nostalgia.

viernes, 14 de febrero de 2014

El cuaderno dorado, Doris Lessing

 El primer capítulo del libro se titula "Mujeres Libres". Anna -escritora que vive del éxito de su única publicación- y Molly -actriz de poco talento- son dos amigas, ambas madres solteras, ambas comunistas activas a finales de los cincuenta, ambas seguras de su posición indeólogica en el mundo, pero ambas inseguras de las consecuencias de ello hasta ahora.

Anna se cree incapaz de escribir otra novela pero lleva en secreto cuatro cuadernos: uno negro, crónica sobre su única novela; uno rojo, sobre el partido comunista al que está afiliada; uno azul, su diario; y uno amarillo, el boceto de un nuevo libro cuyos personajes son Ella (Anna) y Julia (Molly). Doris Lessing consigue hacer las transiciones de un libro al otro con tal maestría técnica, que se percibe simultáneamente el desarrollo de los cuadernos, además del caos mental de la protagonista y el punto de vista de quienes la rodean, sin que los cambios de voz sean apenas percibidos.

El tema central de la novela es el proceso interno de Anna (o Ella, su alter ego). Molly es la voz despreocupada que le sirve de oído y soporte. Anna es una mujer inteligente, de emociones complicadas, en guerra constante contra sí misma y contra el mundo, y cuya propia naturaleza inconforme limita sus posibilidades de felicidad duradera.

Como afiliada al partido comunista, Anna es capaz de poner en el tapete el problema de la desigualdad social, el racismo, la guerra, la pobreza, la injusticia, la muerte e incluso el arte, enfrentando al lector con sus propias creencias. Es también capaz de darle al comunismo un lado humano, más que dogmático, al incluir relaciones cotidianas con los otros miembros del partido, sus debates, sus frustraciones, sus decisiones y su discurso cuando se ven obligados a justificarse frente al que piensa diferente.

Como mujer, el problema de Anna-Ella es mucho más complejo: se pasa el libro burlándose del hombre, pretendiendo que no le es necesario, pero cuando se encuentra en una relación sentimental (invariablemente en el papel de amante) experimenta la misma insatisfacción emocional, incluso sexual, que tanto desprecia en las pasivas esposas de la sociedad que critica. Anna-Ella no puede superar el hecho de encontrarse abandonada por su amante. Pero el asunto va más allá de su definición de mujer con respecto al hombre: resiente el hecho de ser mujer por sí solo, y Anna llega al extremo de llamar a su menstruación "una herida que no eligió tener" y en algún momento rompe a llorar, "en nombre de todas las mujeres".

El tono del libro es de amargo desafío. Anna-Ella está siempre a la defensiva, sus diálogos están marcados por una agresividad casi gratuita, producto de su propio conflicto interno. Todos estamos en guerra contra el mundo en algún momento, la cuestión es tener el aguante para permanecer en ese estado constantemente. Confieso que a ratos quería abandonar el libro; es agotador leer sobre un descontento tan agudo por seiscientas páginas.

El último cuaderno, el dorado, es un oasis agridulce, en el que hay una pequeña tregua, una pequeña ventana por la que cabe la esperanza del que lee. En cuanto a Anna y su amante Saul, hay un gesto, una frase que le da todo el sentido al libro, pero yo todavía no sé si la fidelidad a sus credos es el paraíso que en realidad buscan.

*
1. Con esta entrada participo en el reto Escritoras Únicas organizado por Marilú del blog Cuentalibros.

2. Buscando la imagen de la portada en la red me encontré con la caricatura abajo. No pude resistirme a colocarla acá. Mis disculpas, está en inglés :)

www.smallpeculiar.com

miércoles, 5 de febrero de 2014

No, no me mires

No, no me mires
deja los destellos así
entre tus ojos y el mar
que el mar no entiende de prodigios
él a lo suyo y la roca que se aguante.

El universo está en silencio
mira
las estrellas vienen sin lamentos
a la muerte no se le oyen los pasos
la desesperación
el deseo
no son asunto del cielo.

Hagamos una tregua.

Y que no te apene verme
buscándote en las piedras
el volcán
las mariposas negras
la arena, la sal.

Eso es ahora
entre el cielo y yo.

domingo, 2 de febrero de 2014

Jane Eyre, Charlotte Brontë

 Esta es mi segunda novela de las hermanas Brontë, luego de Cumbres Borrascosas hace unos años.

El libro abre con un terrible epiosdio en la infancia de Jane Eyre que da tempranas muestras de la fuerza de carácter y resolución que tendrá como adulta a lo largo de la historia. Es probablemente una de las mejores justificaciones que he encontrado en cuanto a la psicología y las acciones de un personaje, y ya después de estas páginas es innecesario explicar lo que Jane siente o por qué: ahora ha cobrado vida, se ha hecho transparente al lector.

La historia no es muy complicada. Huérfana y rechazada por quienes deben velar por ella, Jane pasa años como interna en Lowood, una escuela de caridad. Al graduarse encuentra trabajo como institutriz de la pequeña Adele, la hija natural de Mr. Rochester: un hombre huraño, misterioso, con un pasado oscuro, que por supuesto atrae la atención de la joven Jane. La irrupción de tal pasado en el presente es lo que plantea el conflicto en el libro.

Lo que a mis ojos diferencia a Jane de otras heroínas de la época es que su lucha no es por ir en contra de las convenciones sociales o lograr un matrimonio deseable. Jane no tiene una familia que la obligue a tomar esta decición o la otra en nombre del honor: es más bien una paria con mucho que demostrar. En este sentido es, en cierto modo, una pionera de la mujer moderna. Y este me parece que es el mayor mérito de Charlotte Brontë.

La prosa es hermosa, muy prolija en determinar la atmósfera de los pasajes, pero a veces me parece que esto va en detrimento del libro: pronto me encontré un poco cansada del silencio y la austeridad de la vida de campo inglesa del siglo XIX. La vida rigurosa del pastor St. John añadió a mi sentimiento general y su propuesta a Jane logró conseguir la tan necesitada tensión que estaba deseando.

Confieso que a pesar de mi simpatía por la desventurada Jane, se me hizo un libro un poco pesado: todo es terriblemente gris, frío y lluvioso... y me faltó el relámpago de Cumbres Borrascosas (lo siento, es inevitable comparar). 

Me gustaría, de hecho, revisitar este libro, pero ya eso será después de Agnes Grey, la última hermana que me queda por leer.

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Esta entrada es mi participación en el reto Escritoras Únicas del blog Lo que leo lo cuento de Ana Blasfuemia.