lunes, 19 de mayo de 2014

Dalia ha muerto

y las mujeres se afanan en la cocina y en los patios; se diría hoy que amaba su jardín y sentiríamos pena por la tierra que hoy aguanta el peso de otros pasos, sin más respuesta que sus frutas, sus cayenas, alguna que otra yerba humilde donde fijar la mirada que también busca consuelo.

Dalia ha muerto y nos ha dejado un banquete soberbio en una tarde de abril. El sol despierta a las mariposas de abanicos españoles, japoneses, que baten las alas despacio como si también supieran: hay una niña triste en la casa.

Dalia ha muerto y los viejos hablan del mar, sus barcas atracadas en el muelle del sur en señal de duelo. Algunos mastican sus nueces verdes, escupiendo sin hacer ruido, resueltos a enfrentar la hora en que los hombros les dolerán acaso un poco menos que el alma.

Dalia ha muerto y el gallo se sube al palo, grita su canto y esponja sus plumas en medio de los murmullos. Nadie lo espanta; está vivo y es su derecho. Dalia ha muerto y a nosotros sólo nos quedan las flores, una muchedumbre de abrazos, la memoria de un hombre que llora en silencio.

2 comentarios:

  1. Es una prosa triste con ritmo de letanía en un funeral, sin embargo tiene un encanto de ensueño.

    Abrazos taty!

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    1. Fue exactamente así como percibí la tarde.

      Un beso!

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