Esta nouvelle se lee en un par de horas, tanto por su extensión como por su estilo. La trama comienza con una tarde especial en la vida de Grover, el niño que protagoniza la historia. En un solo instante se abre un delicioso caleidoscopio que mira al mismo tiempo la vida afuera, alrededor de la plaza, y la vida interior de un niño sabio para sus años. Bajo este lente es posible encontrar también gestos simples que muestran los extremos tanto de bondad como de mezquindad en el ser humano.
Los siguientes capítulos son memorias algo tristes, narradas por la madre y los hermanos de Grover. Las voces están marcadamente definidas y consiguen pintar un paisaje casi impresionista, hecho de recuerdos y sentimientos, más que de acontecimientos. Pienso que la importancia de la vida interior en cada uno de los personajes que habla, en contraste con el poco enfoque en los hechos, es reflejo de la percepción infantil: los niños tienden a no recodar detalles de lo ocurrido, sino sus reacciones ante ello.
El último capítulo, narrado por Eugene -subestimado por su juventud cuando ocurre el hecho principal- es lírico, casi un pequeño poema que merece ser leído por sí mismo. Algo en la melancolía del Eugene adulto es aún infantil y me conmovió mucho, porque también yo he cometido el error de regresar a un lugar buscando al pasado. El niño perdido es una historia un poco triste por la naturaleza del tema, pero hay cierta dulzura entre líneas que la hace muy disfrutable. Es un libro tierno y yo lo encontré bellamente escrito: una pequeña joya que más bien me tomó por sorpresa.
Para Serendipia recomienda. Lo apuntó Ana de Lo que leo lo cuento.