sábado, 29 de noviembre de 2014

Collar de perlas


Fotografía: Susan Colpich

Generalmente del feminismo es definido como un movimiento que busca igualar el estatus social de la mujer con el del hombre. Tradicionalmente el hombre como opresor es quien se ha opuesto a la idea y los cambios. En este texto pretendo partir del principio que esta etapa ha sido superada -si bien no es del todo cierto- y me preocupo por las consecuencias de dichos cambios.

Tengo la teoría de que en la civilización occidental las mujeres son las peopres enemigas de las mujeres. Para comenzar, se nos sigue vendiendo la idea de que las mujeres somos heroínas natas, con capacidades infinitas de toda índole. Cada habilidad es una perla tan preciosa como la otra. Sin embargo la columna vertebral de la idea, el hilo que hace posible armar el collar, es la capacidad para hacer malabares entre la vida laboral, la vida familiar, las tareas del hogar, el cuidado físico, el apetito sexual y usted nómbrelo. Todo ello con una sonrisa beata en el rostro que indica la perenne disposición de la dueña a hacerlo todo más hermoso y más llevadero cuando se presentan las dificultades. Ese ha sido, después de todo, el rol femenino durante siglos.

Pues bien. Me niego a llevar el hermoso collar de perlas de esta nueva esclavitud y renuncio a todos sus laureles, que no hacen sino continuar premiando la abnegación femenina, esa misma virtud tan continuamente admirada por los (y especialmente por las) que no tienen que sufrirla.

Pero, ¿por qué es tabú manifestar este descontento?

Parece ser que al dársele a la mujer la posibilidad de estar socialmente a la par con el hombre -lo cual es una falacia, de todas maneras- se le han otorgado estos privilegios bajo ciertas condiciones: la imposibilidad de la renuncia es una de ellas. Ideas del tipo "las otras no se quejan, no puedo quejarme yo" o "si las otras pueden, también puedo yo" me vienen a la mente. Existe un miedo tácito en la mujer a convertirse en la única débil de la manada, una especie de hembra omega. A mi juicio la tensión entre las propias mujeres por alcanzar la excelencia en todos los aspectos de la vida es un gran obstáculo a derribar, creado por nosotras mismas y es un fenómeno que no percibo entre los hombres. Este afán, creo, viene de la ansiedad de quere afirmar una posición social todavía incierta. Sabemos que no altera la posición social de un hombre comenzar una familia y su identidad ha estado siempre claramente definida; es la mujer quien enfrenta el cambio de su papel tradicional.

Atreverse a decir que las mujeres en realidad no pueden tenerlo todo; pretender derribar un mito forjado en una lucha sin tregua; querer ejercer el derecho individual y adoptar un estilo de vida que se aleja de las metas propuestas por el colectivo, parece ser considerado un acto de traición y el castigo para este crimen es cargar con el estigma de la estupidez. Sistemáticamente la capacidad intelectual de una mujer que elige dedicarse a su hogar y sus hijos -aunque sea temporalmente- queda en entredicho. Aparentemente nos sentamos en el sofá todo el día a ver televisión -cuando no estamos pelando cebollas o engordando a punta de chocolates- y nuestra única ambición en la vida es complacer a los demás. Atrás quedan los diplomas, los años de estudio, los trabajos publicados,  los proyectos dirigidos, los viajes hechos, los libros leídos: una identidad (ama de casa) reemplaza a la otra (mujer inteligente) y el fenómeno de la tan ensalzada fusión, el principio de tenerlo todo, se queda sólo en la teoria. Yo misma soy culpable de haber juzgado a otra mujer bajo este lente, antes, cuando no estaba casada ni tenía hijos y no tenía idea de las muchas disyuntivas a las que tendría -tengo- que enfrentarme a a diario.

A pesar de sentir que he encontrado un balance que me hace feliz, todavía me sorprende tener que defender mi elección y vivir en este estado de desconcierto en el que constantemente tengo que probarme a mí misma frente a las otras. Como si no fuera suficiente enfrentar el hecho de que cruzar el umbral de la maternidad no tiene vuelta atrás y la identidad queda parcialmente disuelta. ¿Por qué es un tabú reconocer estas verdades? ¿Por qué las mujeres se mienten a sí mismas y entre sí mismas? ¿Por qué se dice en susurros que a veces es verdaderamente difícil darle todo a los hijos constantemente, que a veces se tienen ganas de correr de regreso a la soltería?  Hay un temor inmenso a parecer como una mala madre o como que no se ama lo suficiente o del modo absoluto que se espera. Como si no fuera necesario apoyarnos las unas a las otras y comprender en su verdadera extensión -sin ideales rancios de abnegación decimonónica- la naturaleza compleja del amor conyugal y filial, hasta ahora percibidos como valores eternos, inalterables y con la capacidad de colmarlo todo, cuando en realidad no pueden llenar el inmenso espacio personal al que la hembra forzosamente termina renunciando en un silencio que raya en el martirio. ¿Por qué?

martes, 25 de noviembre de 2014

Las Mariposas


Existieron tres mariposas: 
una amaba a Dios, 
la otra a un hombre, 
la última la libertad.

Todas tuvieron el vientre lleno, 
ahora de hijos, 
ahora de esperanzas.

A las mariposas les robaron el aleteo 
por temor al vendaval de su vuelo.

Que no llore la tierra: 
aún se canta poesía,
 ahora es que nos queda cielo.

*

Amén de mariposas

Hoy, veinticinco de noviembre

sábado, 15 de noviembre de 2014

Pedro Páramo, Juan Rulfo

Esta ha sido una relectura de reconciliación. Hubo un tiempo, debo confesarlo, en el que me exasperaba que el realismo mágico fuera la única corriente literaria sobresaliente en América Latina. De jovencita, viviendo en la ciudad y con miras a emigrar, me horrorizaba que la única realidad reflejada en las grandes novelas fuera la de la miseria, el calor, los caminos polvorientos del campo, la ignorancia y la superstición. Pensaba, sedienta, que nuestra realidad estaba hecha de algo más, con cara al futuro.

Desde esta orilla, sin embargo, tengo otra prespectiva: una que, sin encontrarle la buena cara al futuro, atesora el pasado. Así, Comala me parece cualquier otro pueblo de mi infancia, y Abundio bien podría ser Pablito y Damiana la Señora Onofre y Susana pasaría a ser Rosita. En Comala se rezan novenarios; en San Juan de los Morros también.

Poco tengo que decir de Pedro Páramo y los demás fantasmas de Comala, aparte de admirar la precisión de historias e imágenes con que el lienzo fue tejido por Juan Rulfo: un lienzo que es, al mismo tiempo, espejo de millones. He ahí la reconciliación. Acepto que no puedo hablar de Pedro Páramo sin hablar de mí misma. Yo, a mi manera, tengo también un arsenal de cuentos, personajes y experiencias de mi infancia que a la larga se han convertido en mi Comala personal: voces que me acarician el sueño cada noche antes de quedarme dormida.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Caracas

Arde la cuidad en la cárcel de su valle, arde el cerro que la arropa.

Tras el cerro arden las playas con sus pescadores; uno tejía sus redes, el otro reposaba en las rocas.

Arden los corales con sus peces y más allá las bromelias de la selva con sus flores en el vientre.

Arden los trinos y el rugido, la risa y el quejido.

Arden las montañas en su cordillera y los ríos con sus venas.

Arde el germen de la tierra, arden los hijos de las aves y no puede llorar en paz el cielo: en el horizonte cantan enloquecidas treinta millones de liras.

jueves, 6 de noviembre de 2014

El Idiota, Fiódor Dostoievski

La necesidad humana de clasificar el universo es instintiva. Cuando existe la base del conocimiento o la experiencia, es posible emitir un juicio objetivo. De otra manera, es inevitable recurrir al prejuicio, y he aquí el tema central de El Idiota. ¿Quién puede jactarse de conocer la naturaleza humana? Nadie. La consecuencia directa es que en la novela todos juzgan, todos son juzgados y casi siempre el margen de error raya en desastre. Dostoievski le extiende también al lector la trampa irresistible de decidir si Muishkin es un genio incomprendido o, simplemente, un idiota.

El Príncipe Muishkin regresa a Rusia tras un tratamiento en Suiza para curar el defecto de la idiotez (en la concepción pseudomédica del siglo XIX). Su aventura comienza ya desde el tren, donde viaja sin un penique, mal vestido, sin amigos o conocidos.

Los personajes son variopintos; aparecen los Epanchin como símbolo de una aristocracia en franca decadencia; Gania, Lebedeff y sus respectivas familias representan ejemplos de mediocridad y el autor se toma el tiempo de dejar esto en claro, cambiando la antipatía natural hacia estos personajes en algo parecido a la lástima. El pasaje es fabuloso.

El joven Hipólito, llegado de ninguna parte, denuncia los valores de la aristrocracia y deja caer teorías que muestran el germen del descontento social que eventualmente conducirán a la Revolución Rusa. Al nihilismo de este personaje -que tiende a extenderse en los diálogos- se unen los parias Parfen Rogojin y Nastasia Phillipovna, una pareja incierta, escandalosa, extravagante, irreverente, que actúa como catalizadora en la acción de la novela.

Muishkin se debate entre el amor casto y socialmente aceptable de Aglaya Epanchin y el de Nastasia, una mujer de dudosa reputación a quien todos codician por su belleza.  Ambas mujeres consideran desde sus respectivas circunstancias las consecuencias de unirse en matrimonio con un hombre de la posición social y con las taras mentales atribuidas a Muishkin.

Este no es mi trabajo favorito de Dostoievski, pero no puedo dejar de admirar su capacidad para crear semejante tensión entre tantos personajes. Los diálogos en los que participa Nastasia son una verdadera locura (a mí, en pleno siglo XXI, consiguieron dejarme boquiabierta) y nunca se puede atinar en donde va a terminar la acción.

¿Y es que a quién no le gusta un escándalo?

Para el reto Leyendo a los Clásicos.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Me quiero ir

Me quiero ir
de este tiempo y estos libros perdidos
de tu memoria

Me quiero ir
de esta tarde clara
y de los árboles
y sus insectos
y sus pájaros
y su felicidad mezquina

Me quiero ir
que me crezcan alas, aletas, escamas
que me haga barca
o cometa
o gota de agua

Me quiero ir
de esta mi alma
de esta mi pena
de esta ausencia tuya
que todo lo contempla