domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuando quiero llorar no lloro, Miguel Otero Silva

 El rebelde, ¿nace o se hace? El libro abre con el recuento de los hermanos Severo Severiano Carpóforo Victorino -así, sin comas, los cuatro una entidad- el día de sus respectivas muertes a causa del catolicismo que profesan en pleno imperio romano. La historia de estos hermanos se entrelaza con los jocosos decretos filosófico-políticos del emperador Diocleciano, pronunciados en tono coloquial, sin recato alguno y que bien suenan a conversación a puerta cerrada entre gobernantes corruptos del siglo XXI. En apenas dos diálogos Otero Silva deja clara la naturaleza de los cuatro hermanos:

"—¡Deponed las armas! ¡Estáis detenidos! –grita el comandante de los pretorianos.
–¡Hágase la voluntad de Dios! –dice Severo.
–¡En sus manos encomiendo mi espíritu! –dice Severiano.
–¡Venga a nos tu reino! –dice Carpóforo.
–¡Idos a la mierda! –dice Victorino."

El martirio de los hermanos se disuelve lentamente en las oraciones de Consuelo, una comadrona en plena labor de ayudar a Mamá con su parto dos mil años más tarde. Madre y Mami están también dando a luz el mismo día, domingo 8 de noviembre de 1948. Del santoral del calendario cada parturienta elige un nombre para su hijo, y es así como nacen los tres Victorinos: Pérez, Perdomo y Peralta, cada uno perteneciente a diferentes clases sociales. La historia es construida en base a la muerte de los tres, el día en que cumplen 18 años.

En cada Victorino existe el germen natural de la rebelión, que se desarrolla según las circunstancias de cada uno, y la naturaleza del desafío a la autoridad también tiene distintos motivos. Para Victorino Pérez es un asunto personal: convertido en un delicuente de poca monta, es presa del rencor después del abandono de su padre, el odio gratuito de su padrastro y la miseria de la cárcel antes de alcanzar la mayoría de edad.

Para Victorino Peralta, un muchacho de clase acomodada, la rebelión adquiere en cambio un tono de burla. Sus pequeños delitos quedan sin castigo y los comete por diversión, sencillamente porque sabe que puede, porque en su mundo el dinero todo lo compra y él desde muy temprano lo comprende.

En Victorino Perdomo, de clase media, la rebelión tiene cierto tinte de justicia social. Hijo de un comunista apresado, es motivado a desafiar el status quo a través de la acción, considerada delictiva a los ojos del sistema. Finalmente los tres Victorinos llegan por distintos senderos al mismo destino, y sus huellas no son sino el retrato de una realidad social aún presente en Venezuela. Me atrevería a decir que la muerte de Perdomo incluso llega a convertirse en una denuncia a los crímenes cometidos por los gobiernos de todo el mundo a lo largo de la historia.

En una historia paralela, la autoridad del siglo XXI no parece guardar gran diferencia con la del imperio romano, he ahí la similitud de voces en el discurso de Diocleciano y Don Jacinto Eulogio:

"...Y si el día menos pensado cae el gobierno, lo derroca un cuartelazo como suele suceder, a la media hora bajan las turbas de los cerros, ansiosas de saquear la biblioteca del ministro de Relaciones Exteriores y de orinarse en sus Utrillos y en sus porcelanas chinas. Amigo del gobierno siempre, ministro jamás. Tal sería el emblema que orillaría los flancos de mi escudo, si en nuestro país se acostumbraran esas güevonadas heráldicas."

El recurso del humor ha sido explotado hasta el cansancio en la literatura venezolana llegando a saturar al lector, pero el sarcasmo en Otero Silva tiene un refinamiento exquisito que el autor sabe usar en la medida justa . En mi opinión la calidad de sus alegorías no se ha vuelto a repetir, lo que me hace querer explorar el tono de sus otros trabajos, todos ellos emblemáticos de distintas épocas en la historia de Venezuela.

domingo, 25 de octubre de 2015

Cajones


Aquí, arena de dos playas lejanas
una lágrima en la almohada una noche larga
fotografías sepia: parientes de los que no hablo el idioma
las esmeraldas de la abuela, si fueran mías
perlas
la nostalgia de una aventura vieja guardada en una carta
un rosario sin plegarias
flores secas de un ramo sonriente
marcalibros sin fronteras
la memoria de mi niña una tarde en el mar
la felicidad, porque siempre llega vestida de encajes
-a veces de seda-
pañuelos que no saben decir adiós
la promesa de un poema sin recitar
un librito forrado de flores -lo que me queda de infancia-
una bailarina solitaria
un pasaporte, o dos
-la posibilidad de noches blancas y cerezos en flor-

domingo, 4 de octubre de 2015

Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

 Me sentó mal la mudanza a la costa a mitad del año escolar; me costó entender la costumbre exasperante de las siestas, el pueblo muerto al calor del mediodía. Me costó comprender que al preguntarle a un hombre en el mercado dónde estaba el pescado, pudiera contestarme con tanta grosería: "Pa'llá, mijita, pa'onde le pegue la jediondez."

Tenía yo una profesora de Lengua y Literatura indiferente, lenta de palabras y gestos, de la que no recuerdo el nombre. Solía garabatear los cuadernos sin leerlos (una vez le di uno de geografía, sólo para constatar) y juro que hacía lo posible por conseguir que odiáramos la hora de leer a García Márquez, o los cuentos de Cortázar o el diluvio fabuloso del Popol Vuh; lo que estuviera de turno.

En ese marco leí primero El Coronel no tiene quien le escriba (la esposa, la tisis, el gallo, el camino, la condena de esa última línea) y luego Cien Años de Soledad.

Han tenido que pasar décadas y se ha tenido que tender un océano inmenso entre mi tierra y yo para que la nostalgia me hiciera regresar sobre mis pasos y me animara a releer Cien Años de Soledad. Ha sido para bien; siento que tenían que pasar los años para verdaderamente comprender que a través de los Buendía pasa la Historia (una que es común a toda América Latina), cosa que no hubiera visto entonces con todos los ensayos del mundo. Sólo ahora encontré el lirismo de los pajaritos de oro y las referencias a guerras civieles; el fenómeno del (sub)desarrollo económico; el rol en ello de la industria extranjera vía esta bananera o aquel puerto; las masacres dejadas por las dictaduras y las guerrillas.

Las cosas que no han cambiado en todo este tiempo han sido: uno, todavía tuve que dibujarme el árbol genealógico de los Buendía para diferenciar a los Aurelianos y Arcadios; y dos, el episodio de Remedios La Bella es aún mi favorito, no sé si por la escena (no tan) inverosímil del hombre colgado precariamente del techo, o por el lirismo de las sábanas hechas nube, o por el humor negro en las plegarias mezquinas de Fernanda más tarde.

Todavía hoy pienso, también, que el realismo mágico para mí tiene su tiempo y su espacio; no podría leer dos libros seguidos. Hay todavía algo en mí que me hace pensar lo mismo que en mi adolescencia; la nostalgia, la superstición y la ignorancia no son lo único que somos. Algunas veces incluso llego a preguntarme cuánto tiempo habrá de pasar antes de la literatura latinoamericana dé otros pasos y consiga trascender la sombra proyectada por tan inmenso árbol.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Ensayo

Mudada de tierra, de idioma y costumbres. Tropezada levemente aquí y allá por lo nuevo del mar en la sien; los sonidos de las bocas incansables; las letras en en desorden. Despierto con cierta torpeza al sueño de mí misma.

Y lo intento:

Esto de las piedras cerradas al viento, los silencios tejiendo coronas -a veces de flores, a veces de espinas- pero siempre coronas de algún reino.

Los ojos cerrados, oir como late la salvia, duermen los niños, se acuestan las aves al borde de la noche sola.

Suspiro a gritos de sirena.

Escucho mi nombre, la manera en que suena distinto y no sé si me pertenece todavía o si me he cambiado ya a la palabra del alba.

jueves, 3 de septiembre de 2015

el desnudo

eco
despojarnos de las vestiduras,
cambiar de memorias,

eco
desdoblarnos,
devolver al otro el temblor de la piel

eco
el gesto cotidiano,
tender las sábanas a la mañana

ser testigo de un perro, una flor
una mujer de senos breves

volver a las sombras,
indiferentes

traición, traición, traición
nos grita el desnudo

cómo arde el día
en la hoguera de los silencios.

viernes, 22 de mayo de 2015

Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector

Juana es un personaje extraño, a pesar de sus observaciones, con las cuales es fácil identificarnos. ¿Es, tal vez, por la honestidad de su aproximación, la misma que preferimos evitarnos incluso en la intimidad del pensamiento?

El proceso de las ideas no siempre tiene estructura; en una especie de caos espacio-tiempo suceden en un espiral que bien puede retraerse en sí mismo o elevarse hacia el infinito. Así, Juana (como nosotros) pasa de una observación a la otra, en saltos gramaticales, con frases y pensamientos aparentemente a medio terminar, en una asociación constante (¿aleatoria?) y sin embargo siempre encuentra lugar de sobra para el lirismo (al contrario de nosotros). No recuerdo otro libro con el mismo tratamiento (ni similar) de las divagaciones a las que nos entregamos, particularmente en cuanto a la forma.

Lispector dirá cosas como: "Al final, ¿qué importa más: vivir o saber que se está viviendo?" o "Por eso la poesía de los poetas que sufrieron es dulce y tierna, mientras que la de los otros, la de aquellos que de nada se vieron privados, es ardorosa y rebelde." Son frases en apariencia simples pero encierran en sí mismas el germen de un pensamiento complejo que daría para un maravilloso ensayo (filosófico o literario, usted elija), o un debate sobre verdades en la sobremesa con los amigos, o una última idea antes de quedarnos dormidos. Digamos, por ejemplo:

"No veo locura en el deseo de morder estrellas. (...) Si el brillo de las estrellas duele en mí, si es posible esta comunicación distante, es porque alguna cosa semejante a una estrella ha de estremece dentro de mí."

O bien:

"Pero si digo, por ejemplo: flores encima de la tumba, de repente surge una cosa que no existía antes de que yo pensara flores encima de la tumba. Y con la música, lo mismo. ¿Por qué no tocaba sola todas la músicas que existían? — Miraba el piano abierto — allí estaban contenidas todas las músicas..."

A mí el lirismo y el sentido de estos planteamientos platónicos (qué fue primero, el pensamiento o la palabra) me causaron mayor impresión que el divagar de Juana por la vida, su absurda situación tras la muerte del padre, el internado, el profesor, la tía con sus senos asfixiantes, Octavio, Lidia, el callejón concreto y el abstracto. Me pareció lo de menos. Casi me asusta confesar que me encontré enredada en el ovillo mental de Juana, más que ocupada en el desenvolvimiento de los acontecimientos.

Las citas a Spinoza con respecto al amor intelectual de Dios, su perfección y la naturaleza moral de los milagros me dejaron con ganas de investigación, yo que ando buscando al pajarito mandón. En cuanto a Lispector, después de este abreboca no me queda sino hacer una cita obligatoria con La pasión según G.H., ¡y pronto!

martes, 19 de mayo de 2015

vértigo

ya no escribo poemas
me voy
por el despeñadero de los días tranquilos
el salto
un silencio de flores bien cuidadas, pan tibio
caracoles
querubines de carne y hueso

oigo las aves cantando,
¿no es hermoso el jardín?

oigo el seseo del mar,
¿no es música su seda?

¡pero qué lejos los gritos del hombre!
¡qué lejos los himnos ingenuos!

Atlas, Prometeo,
¿por qué me han abandonado?

caigo

los días un acantilado, brisa apacible
las copas de los árboles
se mecen
así
indolentes
con una gracia conmovedora
y mi cuerpo
y mi angustia
¡ay!, que no hacen ruido contra las piedras

miércoles, 13 de mayo de 2015

El exilio del tiempo, Ana Teresa Torres


El paso del tiempo es una preocupación universal que Torres aborda en la novela a través del recurso de convertirlo en un casi-personaje, dándole voz, movimiento, memoria, huellas en los objetos familiares. Es un tiempo que no emite juicios morales pero a menudo hace reflexiones sobre la naturaleza humana en un lenguaje igualmente salpicado de imágenes líricas y expresiones coloquiales criollas.

La razón por la que es un libro amado en Venezuela —se remonta a la Caracas de los techos rojos, la de los estruendosos carnavales de los cincuenta, la de los pavos mayameros de los ochenta— va también en su detrimento: se queda un poco en la anécdota. Tantos personajes desfilan por épocas tan distintas que ninguno llega a desarrollarse por completo, ninguno tiene una voz definida, un conflicto sobresaliente, si bien son arquetípicos de algunos perfiles venezolanos. 

El libro es una especie de álbum familiar, social si se quiere, pero el tema del tiempo se queda disperso por los rincones (tal vez soy yo dándole la lectura equivocada y no es un planteamiento con tintes filosóficos sino más bien una observación: es así como transcurre el tiempo, he aquí sus huellas; el por qué y el cómo son lo de menos). Todo esto sin mencionar que la historia está narrada desde la genealogía de una familia pudiente que se asila en París durante la época gomecista, contrata a la Billo's para una fiesta en los cincuenta, y finalmente se muda al este de Caracas con su nana. Esta aproximación deja forzosamente a las clases media y pobre vistas bajo un lente breve, más bien condescendiente (por ejemplo la moralizante historia de la hija de la conserje quien, con el esfuerzo debido, termina haciéndose doctora). 

Tal vez que me queda un dejo de decepción al leer El exilio del tiempo después de haberme enamorado de Doña Inés contra el olvido de la misma autora, que si bien tiene el mismo tema del paso del tiempo en una familia y una sociedad determinada, también tiene un trama con mayor interés debido al conflicto de Doña Inés y sus memorias y papeles perdidos. Hay una fuerza tremenda en los hechos narrados y de pronto episodios históricos (que se enseñan a través de números que no significan nada para el escolar) cobran un perfil humano, que va más allá de la referencia al gentilicio en cuestión. Particularmente el Éxodo a Oriente tiene una dimensión tan viva que ya en su momento será así como se lo enseñaré a mi hija. Incluso la división de razas y clases sociales es un elemento más cálido en esta novela.

Doña Inés tiene un conflicto continuo que sirve como hilo conductor, a pesar de no intervenir directamente en lo que ocurre. La cronología lineal (al contrario de El exilio del tiempo) permite que cada generación logre desarrollar su historia, tendiendo al final un puente natural que da comienzo a la próxima, creando un tejido vivo que no me deja la sensación de cabo suelto en El exilio del tiempo, a pesar de todos sus laureles.

domingo, 10 de mayo de 2015

Es simple,

el insomnio del que despierto sueña. El primer sorbo de café de la mañana, el día una ventana recién abierta. La primera línea, escrita en una letra redonda que me recuerda la de mi madre, sus rasgos generosos, los labios llenos, la ira casi tan fácil como el perdón (perdón, madre, a veces tu ira es también bella). Es simple, el laberinto de días entre el olvido y las memorias, la asociación libre, la letra, la luna, los libros: aquél que al verlo me hizo imaginar a la niña -mi niña-, sus ojos curiosos buscando mariposas debajo de las piedras, despreocupada por lo imposible. Es simple, el sábado con sus jardines, sus juegos infantiles, las cuerdas de ropa tendida al viento, alas que sólo sin sus dueños pueden echarse a volar. Me faltan algunas cosas: fe absoluta, la risa de los que se fueron, una estrellita dorada en mi hoja de vida. Oigo pájaros. Es simple el insomnio del que, despierto, sueña.

sábado, 2 de mayo de 2015

La casa de los espíritus, Isabel Allende

Verdaderamente me cuesta comprender las comparaciones establecidas entre este libro y Cien años de soledad. Nada en el fondo o la forma las acerca. Es cierto que hay cierta presencia de realismo mágico en la novela de Allende, pero es un tono que se va perdiendo a medida que avanza el libro, hasta desaparecer por completo hacia el final, cuando lo último que queda de todo ello es la cabellera verde de Alba, un elemento algo decorativo que no añada mucho a la trama; no de la manera en que la clarividencia de su abuela es parte vital de los acontencimientos, por ejemplo.

El personaje de Esteban Trueba es el eje indiscutible de la historia y lo encuentro muy sólido; a pesar de la antipatía que me causan sus acciones, su motivación se me hacen clara y verosímil. Alrededor de este patriarca giran los demás personajes, tal vez menos articulados y sin embargo arquetípicos de la transición del latifundio a la era moderna del proletariado urbano, un proceso común en toda América Latina, lo mismo que las dictaduras militares y la aparición de los partidos de izquierda.

A pesar de la extensión del libro, lo leí en un santiamén: Allende tiene la capacidad de mantener al lector interesado y sabe desarrollar tramas secundarias que le añaden riqueza al eje central. Eso se lo aplaudo a La casa de los espíritus. Sin embargo, por otra parte hay algo en la prosa que no me engancha del todo; la siento muy pulida, muy trabajada, muy editada, tal vez y no ha quedado espacio para el lirismo en las imágenes: no ha sido una novela que me haya quedado rondando. Después de Inés de alma mía y Evaluna (las ediciones en español, regalos bien intencionados de mi familia de habla inglesa) me parece que llego al final de mis lecturas de Allende.

domingo, 5 de abril de 2015

Rock Islands, Domingo

El instante es perfecto. 

Se ha creado un gentil caos de gente, perros, comida, mosquiteros, remos de madera. Los hombres deshacen nudos de grueso mecate mientras mantienen un equilibrio más bien precario en el muelle ondulante.

Las mujeres toman café y caminan despacio con sus esteras y sus sombreros de paja, el sol una amenaza a su belleza de alabastro.

Temprano en la mañana una pareja ha tenido una discusión a causa de unas manzanas.

La paz y una sutil tristeza se asientan en el día: la moral de la amistad obliga a las peleas a medio terminar a deslizarse lentamente hacia un final abierto.

Al fin el bote suelta las amarras y se marcha por el mar azul, honesto. Al contrario de ríos y arrollos que se pueden remontar hasta llegar al origen, nunca se sabe a ciencia cierta cuándo ha nacido esta o aquella ola.

El día transcurre; un banquete es servido en bandejas de plástico decoradas con flores: hay quesos, embutidos, ensaladas, frutas. No hay pesca que poner al fuego, pero nadie parece darle importancia.

Hacia la tarde el agua se vuelve tibia bajo el sol y, maternal, abraza a hombres y niños. Algunos van bajo el agua a espiar  entre lechos de corales, estrellas de mar, peces plateados.

Las mujeres, en cambio, permanecen en la orilla con sus hijos más pequeños, celebrando sus bocas desdentadas, sus redondos cuerpos desnudos, su ciega confianza.

Sólo queda el silencio en la playa abandonada, lo mismo el tejado gris, la mesa y los bancos pintados de verde. Los granos de arena, tenaces, encuentran la manera de subirse al bote; algunos hombres tratan de disolverlos con el agua de mar, es un intento del que casi cabría reírse.

Una vez en el bote no se escucha In Taberna Quando Sumus, pero el canto de tenor de los alemanes tras la cerveza es igualmente alegre y extranjero.

Hoy me parece que todas las lenguas maternas han sido recordadas.

En el viaje de regreso la brisa ofrece látigos o besos, no se sabe. Las mujeres amamantan a sus niños medio dormidos y los hombres abrazan a sus perros. Los animales están mojados, tienen frío y están cansados, pero parecen satisfechos consigo mismos.

El instante es perfecto. La belleza del atardecer es casi bruta, rosa, naranja, púrpura, y a los hombres les está permitido sonreir.

*

Mi querida Beatriz, con su post Un recuerdo informal, me hizo pensar en este escrito enterrado en alguno de mis cajones. Aquí lo dejo, en honor a los amigos y los viajes memorables :)

sábado, 14 de marzo de 2015

En el tiempo de las mariposas, Julia Álvarez

La historia de las hermanas Mirabal me causó gran impacto la primera vez que la escuché, no sé bien si por la brutalidad de sus muertes o por el ícono de lucha en el que se convirtieron. En cualquier caso, no es poco. Ambos temas -la violencia de género y el fenómeno de las dictaduras en América Latina- son penosos de abordar pero ambos me interesan de momento, en particular vistos bajo el género de la ficción histórica. El libro comienza por el presente de la ya madura Dedé, cuyas memorias se remontan a la infancia de las hermanas y de allí la novela continúa en el orden cronológico de los hechos. Cada capítulo está narrado en primera persona por cada una de las Mirabal.

Curiosamente la desmitificación que intenta Álvarez de estas heroínas las hace más preciosas al colectivo, en cuanto les da una dimensión humana que las acerca al lector. Álvarez ha sabido darle a cada una de las hermanas su propia voz y su propia simbología: Minerva se manifiesta a través de sus escritos como una mujer decidida a pelear por sus ideales. Mate, retratada como una romántica, también se expresa a través de la palabra escrita en su diario, que sirve de confidente e intermediario entre la experiencia vivida y el proceso consciente, en particular sobre el duro episodio de las torturas. Patria y Dedé se sirven de la oralidad para contar su historia; la primera da testimonio del horror que presencia el pueblo dominicano, la segunda representa la fuerza del instinto de conservación. Las cuatro son mujeres que padecen -además de la incertidumbre y miedo ante la situación política- decepciones amorosas, nostalgia por la infancia, ansiedad por el destino de sus hijos y toda una gama de sentimientos que las hace verídicas, alcanzables para el lector.

A mi parecer el mayor logro del libro es rendirle un bello y justo homenaje a Dedé, la única que vivió para contarlo. La carga de tristeza y culpa, lo absurdo de su pérdida, su rol como madre de los huérfanos dejados por sus hermanas, como única hija de una madre en permanente duelo, y como guardiana de la memoria, son aspectos verdaderamente conmovedores en la novela. Y tomando en cuenta las dimensiones monumentales de este capítulo en la República Dominicana y quizá América Latina, el logro no es poco.

viernes, 6 de marzo de 2015

Literatura a mi manera IV: Nocturno

En ciertas memorias hasta el ejercicio de la invocación nos deja parados frente a un enigma. Para ponerlo simple, la cosa fue así: hubo conversaciones 
-muchas y largas- 
-alimentadas con café y nada más-
-bajo el cielo sin luna, en Caracas-
de vida 
y muerte 
y arte 
y filosofía 
y religión 
y ciencia 
y amores 
y desamores;
hubo juegos de palabras, muchos, muchísimos, 
tantos, tantísimos 
-era yo una muchachita impresionable entonces-
que se hicieron un laberinto, un laberinto que después de mucho dar vueltas y enroscarse en sí mismo al final siempre acabó con la cola mordida. Y yo de eso no puedo, como decía, descifrar nada. Puedo, sin embargo, recordar 
-y agradecer-
la inocencia de la cajita de Pandora que me fue entregada, de la que primero salió, deslumbrante, Dostoievski, y en desfile de igual magnitud le siguieron Stendhal, Dante, Proust, Flaubert, Boccaccio, Tolstoi, Esquilo, Balzac, Poe, Baudelaire, Rimbaud, Eliot, el otro, el otro, el otro y el otro en un eco que aún no se termina
-y eso, eso me alegra-.

domingo, 22 de febrero de 2015

Tú me quieres blanca, Alfonsina Storni

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone), 
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

Man meets Woman, Yang Liu

domingo, 15 de febrero de 2015

El balcón florido

Desde el balcón florido la mujer espiaba los pasos de la muchacha con una mezcla de lástima y curiosidad, y sin embargo continuaba fumando con una impasibilidad arrogante, como queriendo decir: no te he visto pasar sola y cabizbaja, no escuché gritos anoche, no he notado que vas descalza, que aún así tu juventud es hermosa, mis girasoles me bastan.

El pueblo era remoto, incipiente y las casas se levantaban en gentil desorden, todavía sin tiempo para establecer las fronteras propias de la civilización, con sus calles rectas y sus castas definidas, los hombres que deciden aquí, los que obedecen allá,  las mujeres suaves aquí, las recias allá.

El odio de la joven por su propia miseria se convertía en desdén hacia la mujer que la observaba. Se daría el placer de no levantar la mirada de la tierra, no confesar la envidia que le causaba la belleza de la extraña, resguardada como estaba en el encierro de su techo alto, dedicada a sus pequeñas vanidades: la boquilla, el perrito faldero, los jardines que no había sembrado por sí misma, las sedas y perfumes incapaces de mantener al marido en casa.

La mujer contemplaba la idea de tal vez saludar a la joven, invitarla a un té, dos, tres, algunos, muchos, y comenzar por hacerle confidencias para recibir el sacramento de las suyas a cambio. Fantaseaba, en pocas palabras, con su amistad y entendía con tristeza el odio de su carita hosca, huérfana de consuelo, de sueños pueriles, de tardes despreocupadas recogiendo guijarros a la orilla del río. Regaba entonces su pequeño jardín y recordaba distraída que era necesario algún arreglo a su hogar, coser aquel cojín, comprar un encaje para tal cortina, pulir una mesa algo opaca en el salón.

Si bien no lo entendía del todo, la joven ansiaba alcanzar el mundo de la mujer, atravesar sus puertas cerradas y penetrar en la frescura de la sombra, percibir el olor a sándalo mezclado con algo que se hornea suavemente, en silencio, para comensales que nunca llegan ni admiran la casa ni el jardín ni la habilidad de la señora para crear un paraíso en medio de la nada. Quería decirle: no está usted sola. Continuaba sin embargo su camino, deseando que sus pasos la llevaran más allá, lejos de los gritos, los vidrios rotos, las cortinas manchadas, la vaga vejación de ser vista desde el balcón.

Si alguna vez se miraron, ambas bajaron la mirada hermanadas tan sólo por la negación mutua: la una no comprendía a la otra, la una ignoraba las palabras que alcanzarían a la otra. Cada una pertenecía a un mundo antítesis del otro, y sin embargo era el mismo mundo de cielo azul y tierra fértil, un salto cuántico del que ninguna de las dos comprendía el milagro. Si alguna vez se miraron, fue un instante breve, brevísimo, un error en el orden del tiempo, un momento en el que no se reconocieron ni en la angustia del presentimiento ni en la vergüenza de la memoria.

domingo, 11 de enero de 2015

temores

esta tarde le tengo miedo
a la orfandad de mis huellas sueltas
el delirio
los versos que un día encontraron al otro
y le dieron
no sé cómo
las llaves del laberinto

hoy le temo a la falta de alas
las puertas
abiertas al precipicio
la trampa de la memoria

no quiero ser el odio
de un cuerpo de antaño

mis formas ya no son

la cuestión es saber
cómo dejar a las noches en sus tumbas
olvidar el eco de sus sombras

temo buscarme el nombre
un día lo encontraré entre las piedras
lleno de musgo
cubierto de hiedras.