miércoles, 22 de marzo de 2017

Memoria de un sueño

La ruta ha sido cambiada,
lo he sabido antes de subir al bus
nadie sabe a dónde.
Me han dicho que preguntara en la tienda.
Es una tienda de discos,
hablo con el primero que veo,
me dice "hay que preguntarle a Coyote".
Coyote lleva cabello y collar negro,
sin levantar la cabeza
me dice algo que no entiendo;
decido caminar.

El vestido es ligero,
demasiado largo, demasiado negro.
El peinado, severo.
Camino con aplomo;
un hombre me levanta al cielo
a la espera de mis alas.
Me amenaza.
Y yo
–también a la espera–
le creo.

sábado, 11 de marzo de 2017

El beso de Penélope

Soltar las maletas. Abrir las ventanas, despabilar la casa aun en el misterio de la medianoche.

Queda pensamiento para lamentar los olvidos o el destiempo: no haber visitado el silencio sacro del museo, la vieja plaza con sus huellas, una esquina con un letrero discreto: “aquí vivió”.

Nos quedamos dormidos entre sombras familiares, soñamos exhaustos.

El despertar es un caos de objetos: ¿dónde el cepillo, el espejo, la nota heroica tomada en un momento imposible? ¿Con qué magia, en su lugar, aparecen zapatos con las suelas intactas, cables, mapas inútiles en la geografía del hogar?

Los perros menean la cola con frenesí, como si la mañana fuera un segundo regreso del amo prófugo.

Los gatos, quién sabe.

Las plantas están casi todas bien, es inevitable: habrá que escribir una nota, arreglar una cena, hacer un gesto, en fin, dar las gracias.

Y así, los primeros días suceden a duras penas para nosotros, los recién llegados, con nuestras neveras vacías, nuestras cuentas atrasadas, los deberes por hacer: esas pequeñas demandas que cariñosamente nos reclaman, y con suerte, nos mantienen atados a la vida.