domingo, 21 de mayo de 2017

El cuento de la criada, Margaret Atwood

El cuento de la criada de Margaret Atwood añade a la usual incomodidad de leer una distopía un elemento de cercanía verdaderamente espinoso.

Hasta ahora, al leer este género desde la perspectiva consoladora de pertenecer al todo dentro del conjunto del hommo sapiens, ha sido posible para mí observar los matices de bondad y maldad, esperanza y desesperanza.  Ha sido fácil y natural tomar partido, aferrarme a la idea de que la inteligencia, la compasión y el amor son más fuertes en el hombre que la ignorancia, el odio y la sed de poder. Las distopías, claro, se distinguen por lograr convencernos de que lo contrario es también posible, y de ahí la desazón al leerlas.

Lo que distingue a Atwood de otro autores de distopías es su habilidad para acercarnos peligrosamente a su personaje. Offred no existe en un futuro imaginario de siglos más allá, o en el uniiverso algo lejano, ya establecido, como en los casos de 1984 o Un mundo feliz. Tampoco está enmarcada en una geografía abstracta; Offred está en medio de terribles cambios en la civilización específica de Estados Unidos, como la conocemos aquí y ahora. Offred es (ha sido) una mujer como cualquier otra, que uno se puede topar en la calle, o peor aún, que uno se puede encontrar simplemente al mirar el espejo. En medio de estos cambios —la infertilidad ahora ocurre a niveles epidémicos, como consecuencia de la contaminación ambiental, y ha sido necesario establecer un nuevo orden social basado en severos preceptos religiosos— es la población femenina la que lleva las de perder.

Desde esta perspectiva de reconocimiento y de encontrarme definida dentro de un segmento del todo —soy una mujer, como lo es (ha sido) Offred—, ya no existe para mí la opción de tomar bandos: y así, la pérdida de esta libertad como lectora, se va uniendo a las sórdidas pérdidas de libertad de Offred y las otras criadas, a medida que se va detallando la historia de lo que es Gilead.

Mucho se le ha criticado a Atwood el final abierto. Desde el punto de vista literario pienso que en verdad el libro hubiera ganado una fuerza contundente de haber definido una sola opción posible, me atrevería a decir a la par del efecto en 1984 . Como ser humano, sin embargo, creo que es una oda a la esperanza dejar que la naturaleza de cada lector escoja su final, y esa posibilidad enriquece tanto el libro como el debate de ideas.

Siempre había querido escuchar una historia que se saliera de la comodidad de ubicarse bien precisamente antes del cataclismo inminente o bien inmediatamente después. Quería un ojo del huracán, quería imaginar el caos. En Atwood el caos puede rayar en horror, pero de vez en cuando sale a relucir la naturaleza humana, cuando se dan situaciones tan absurdas y fuera de lo familiar que los propios personajes no saben cómo reaccionar, qué sentir, y es en ese territorio tácito donde se libran las más grandes batallas del libro. En ese sentido, debo decir que mi deseo quedó más que satisfecho... así esté pagando mi satisfacción con cierta inquietud de espíritu.

Puede que tenga un temperamento sensible que se espanta fácilmente ante las distopías. Puede que mi desasosiego no sea sin fundamento, en medio de una sociedad en la que las riendas políticas y financieras aún están sostenidas en su mayoría por el género masculino, y he ahí la relevancia del libro por estos días, cuando trece hombres se encierran en un cuarto a discutir los derechos reproductivos de millones de mujeres en todo un país, o cuando las discusiones sobre los cambios en el sistema de salud incluyen la violencia sexual entre "condiciones preexistentes", que como tales no quedan cubiertas en los servicios de salud básicos.

Y eso que ni siquiera menciono el aspecto religioso, para no alargarme demasiado después de mi post anterior...

Me he enterado de que existe una serie de TV reciente (el trailer aquí), que se ve muy bien hecha, en contraste con la película de 1990. Ponerle rostro y voces a estas mujeres (ejem, más dramática música de fondo) le da a esta historia un realismo que es difícil digerir: y ese es el trailer nada más; aún no he visto la serie.

Quiero dar gracias especiales a Draco por su post "El desubicado en la White House desata que los estadounidenses se aboquen a leer ciertos books" que me impulsó a leer El cuento de la criada. Ahora comprendo por qué llegó a la lista (por cierto me sorprendió lo de "Animal Farm"; siempre he pensado que había sido una sátira al comunismo...)

Queridas lectoras, es un deber moral pasar por este libro. Queridos lectores, lo mismo para ustedes :)

domingo, 7 de mayo de 2017

Herejías: un ensayo

El contacto con los teósofos me causó la pérdida de la fe cristiana que conocí en mi crianza y en mi cultura. Más tarde, la muerte de mi hermana (yo la llamaba así, “mi hermana”), me causó lo que llamo una crisis de fe: la estoy buscando aún. Presiento, después de tantos años de ella permanecer esquiva, que estoy buscando en el lugar equivocado, en el raciocinio metódico de ir estudiando los ismos.

Decía Jung que  “si intentáramos cubrir el vacío que queda con aparatosos ropajes orientales, como hacen los teósofos, seríamos infieles a nuestra propia historia (…) Somos, sí, los legítimos herederos del simbolismo cristiano, pero de alguna manera hemos malgastado ese patrimonio (…) Quien ha perdido los símbolos históricos y no puede contentarse con “sustitutos”, encuéntrase hoy en una situación difícil: ante él se abre la nada, frente a la cual el hombre aparta la mirada con miedo.”

La pobreza espiritual, sin embargo, es difícil de enfrentar y sí, mendigos de fe, preferimos vestirnos con lo que sea, cartones, periódicos, una hoja de parra, a andar desnudos.

Esta realidad me trae a la idea del intercambio de la fe cristiana con los cantos de sirena de la fe del budismo y sus cantos en otra lengua; o la fe del paganismo con sus danzas a luna sin posibilidad de desnudez, no sea que el vecino se asome al balcón; o la fe del hinduismo con su yoga y sus pranayamas y sus chakras. Digo intercambio porque es imposible el vacío: considero que la fe es inherente a la condición humana.

A pesar de mi descontento con una religión patriarcal (cuyo dios condena a la mujer y le dice “parirás con dolor”, mientras le dice al hombre que no ha de derramar su semilla, y si no, miren lo que pasó con Jonán), me causa una gran desazón esta mezcolanza de las carencias de la sociedad occidental con religiones antiguas. Y chakras se juntan con runas, y cartas de Tarot se juntan con hierbas; y cristales se mezclan con tótems. Lo que queda es un Frankenstein, el diseño de una fe cortada a la medida. En particular, como mujer, me perturba el intento de revival de los cultos a diosas muertas, la insistencia de las que danzan a ritmo de olvidados tambores, frente a las fogatas urbanas de un retiro espiritual de a mil dólares el fin de semana.

Creo que esta mezcolanza no es sino otro intento de encontrar una tabla de salvación ante el fenómeno del aislamiento o el sufrimiento, a menudo causado por la exclusión social:
 
-El pobre acude a la religión como consuelo, por lo de la metáfora de los ricos, el camello y el ojo de aguja.

-Aquel incapaz en su raciocinio de reconocerse en la religión, acude al consuelo del cielo prometido del socialismo (el materialismo, el ateísmo, cualquier ismo).

-La mujer harta del patriarcado se refugia en la idea de entidades vagas como el poder de lo femenino.

Al final todos van en la misma búsqueda de un bálsamo —un opio—parecido a lo de bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Pero no, yo no creo que las respuestas son el hambre y la sed de justicia, ni la mansedumbre, ni la promesa de cielo. ¿Tal vez la respuesta está en el Santo Grial de el problema del mal? ¿O después de una búsqueda tan larga e infructuosa, sólo nos queda olvidarnos de cualquier mito, entregarnos al nihilismo porque le mundo igual está jodido y qué más da?

No, no puedo comulgar con los extremos, ni me interesa el dogma, ni pretendo desarmar cosmogonías. Dios a estas alturas es un puerto imposible; la nada ni siquiera tiene anclas. Y sin embargo, ¿cómo escapar a la necesidad de la búsqueda?